La primera impresión del río Manzanares en la ciudad de Madrid es sorpresiva. Al entrar por el Puente de Toledo no se vislumbra el río. De hecho la parte que antecede al puente parece ser una explanada integrada a la ciudad, sin saber que justamente es parte de un paseo que se abre al espléndido paisaje de la cuenca donde está el parque Madrid Río.
Al salir del metro y llegar a la explanada que anticipa el Puente de Toledo en la margen izquierda del río Manzanares, un espacio que históricamente conformaba el extrarradio de la ciudad y desde donde se entraba al Madrid antiguo, se visualiza un pequeño tramo del puente con forma de “Alameda”[1], una suerte de plataforma flanqueada con árboles y asientos, gente sentada conversando y otras leyendo el periódico, en un espacio contenido por el follaje de los árboles. Esta escena dirige el movimiento de la mirada y la dirección de la caminata linealmente, hacia el frente. Al fondo se ve una avenida que continúa la dirección del paseo hasta que se pierde con la vista. Al avanzar por el puente y traspasar el sector arbolado, la visión se abre sorpresivamente a la cuenca del río y al paisaje de Madrid Río contenido en esta visión:
Aparece el río a los pies del puente y a los lados del Manzanares el parque, una explanada que se amplía en esta zona –hacia la derecha-, con un jardín barroco dibujado por elementos tipo “parterres”[2] hacia un lado. Hacia el otro, la espesura del follaje y un talud en la zona cercana al borde del río construyen una cortina verde que delimita el espacio. Hacia el fondo, el horizonte queda dibujado por el puente/pasarela diseñado por el arquitecto francés Dominique Perrault, ingenio metálico que da destellos de luz relampagueantes a medida que se traspasa.
El espacio que se abre entre estos elementos es magnífico y por el centro del todo discurre el Manzanares, hendidura baja en la que golpean los últimos rayos de luz sobre el agua. En la tarde, las sombras tenues se alargan transversalmente. La mayor parte de la explanada abierta por el río está bañada por la luz del sol, que cobija caminatas lentas, en las que se disfruta el prometedor momento cálido. Desde lo alto del puente se observan distintas escenas, una pareja caminando lentamente, otros sentados, una chica recostada en un talud que casi toca la orilla del río, aprovechando los rayos del sol. Una multiplicidad de actos dispuestos en la apertura del espacio del río que se pueden observar simultáneamente. Desde esa visión panorámica se puede poner la mirada en este u otro espacio al que se quiera ir y así definir cada quien a su gusto su propio itinerario. Eso es lo que hago yo, y me dispongo a bajar a la explanada barroca, para observar desde ahí el hermoso Puente de Toledo. A estas horas de la tarde las sombras se hacen cada vez más largas y todo empieza a tener un color más misterioso, el mismo ruido y la agitación normal de la ciudad empiezan a desvanecerse a medida que nos acercamos más y más al río.
Al bajar al borde del río y volver la mirada al Puente de Toledo, se ve la inmensa estructura de piedra que atraviesa la explanada y el río. Observo cómo la pesada estructura del puente se apoya y sumerge sus inmensos pilares en el lecho del río. Al seguir visualmente la estructura del puente -hasta que se toca con el agua-, recaigo en el río mismo y en sus aguas y veo cómo éstas traspasan lentamente una suerte de tajamares rodeados por ramas y hierba.
Me llaman poderosamente la atención los profundos arcos del puente y sus sombras, que dirigen la mirada hacia tres paisajes diferentes: en el arco de la izquierda se enmarca uno de los recorridos del parque por donde vienen caminando dos personas que conversan; el arco del centro conecta las aguas del río con una perspectiva profunda hacia la ciudad; y por el arco de la derecha se observa, en una vista lateral, en escorzo, parte del río contenido en un muro de hormigón y más allá el espacio vegetal de Madrid Río.
Caminando junto al Manzanares aprendemos a recorrerlo y sentirlo según sus perspectivas y escenas múltiples, de paisajes vislumbrados en el contorno de túneles y puentes que dirigen la mirada y orientan el cuerpo. Aprendemos a perdernos caminando sinuosamente por los recorridos laterales preñados de curvas, subidas y bajadas, donde las figuras humanas y las perspectivas se esconden para luego aparecer de forma sorpresiva, al igual que la presencia del río, casi siempre pre-sentida, ya que se escuchan las aguas discurrir, aunque no se vea el río, y, sin embargo, en algunos instantes los sinuosos recorridos rozan el borde del parque y “besan” la orilla del Manzanares abriéndose a la brecha por la que atraviesan sus aguas - y allí la sensualidad del río -. O bien, sentimos la necesidad de detenernos y buscar entre los grandes y abiertos espacios del parque, otros más pequeños y medidos. Aprendemos a encontrar un lugar para descansar y quedarnos junto al río, en algún talud, a la sombra de un árbol, buscando una cierta intimidad en la cercanía del agua y en elementos puntuales que resguarden el cuerpo. Por último si queremos albergar una mirada sinóptica que pueda contener todas las experiencias anteriores, nos escabullimos por entre los caminos y salimos al espacio abierto, sobre un puente o en una loma estratégicamente dispuesta y vemos como todas las acciones antes escritas ocurren simultáneamente, en el mismo espacio abierto al cielo por la cuenca del río Manzanares.
Dibujos y texto de Rolando Durán Cavieres, Arquitecto Universidad de Santiago de Chile, Máster en Estudios Urbanos Universidad Politécnica de Madrid.
[1] Alameda: Paseo acompañado de cualquier tipo de árbol por sus lados, pero especialmente con Álamos, En las ciudades latinoamericanas encontramos muchos ejemplos de esta tipología urbano-paisajística.
[2] Parterre: Jardín barroco. Setos bajos, podados siguiendo un diseño destinado a dibujar líneas geométricas en el paisaje.
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