La ruta por el viaje de agua de Amaniel propone atravesar la ciudad de norte a sur, utilizando como guía una de las primeras galerías subterráneas que se construyeron en Madrid durante el período árabe y que portaba el agua desde la Dehesa de la Villa hasta el Alcázar -actual Palacio Real-. Esta galería formaba parte de una compleja red de canales subterráneos denominados viajes de agua y que abastecieron a Madrid hasta mediados del siglo XIX. El recorrido invita a explorar y descubrir las huellas tanto físicas como literarias que ha dejado el agua en la ciudad y a conocer algunas de las infraestructuras que hoy en día abastecen a la población.
La primera vez que recorrimos esta ruta fue de manera experimental durante el IX Encuentro de Arquitecturas Colectivas celebrado en Madrid, motivados en unir a pie la historia que hay detrás de diferentes ruinas, fuentes, acueductos, escritos en muros y nombres de calles que nos hablan de la relación entre el agua y la ciudad. Comenzamos en la Dehesa de la Villa, un inédito parque sobre una colina, poblado de pinos, cedros y almendros, donde acompañados por el presidente de la asociación Amigos de la Dehesa de la Villa Adolfo Ferrán, descubrimos un conjunto de 6 capirotes, grandes estructuras de piedra de forma piramidal, que se encuentran repartidos por el parque y se ubican justo arriba de los pozos de aireación del viaje de agua de Amaniel. Estos capirotes servían para marcar la ubicación de los pozos y debían ser estructuras lo suficientemente pesadas para que nadie las pudieran levantar.
Caminando un poco hacia el sur existe un corte entre la colina de la Dehesa de la Villa y la ciudad, desde donde pudimos observar restos arqueológicos del viaje de agua de Amaniel. Este viaje formaba parte de un ingenioso sistema hidráulico que contaba con más de 120 kilómetros de galerías subterráneas en todo Madrid, que captaban el agua de napas subterráneas y la transportaban desde la periferia al centro, distribuyéndose por medio de fuentes repartidas por la ciudad, lo que permitió el desarrollo primigenio de la población madrileña.
Seguimos rumbo al sur para encontrarnos con restos del acueducto de Amaniel, donde aprendimos, de la mano de Adolfo, que el sistema de abastecimiento de los viajes de agua para mediados del siglo XIX era insuficiente, por lo que en ese momento se diseña y construye el actual sistema de conducción de aguas a Madrid, que transporta el agua desde el río Lozoya, en la sierra norte, y que se denominó Canal de Isabel II, por que fue financiado en gran parte por la reina Isabel II. El acueducto de Amaniel fue un acueducto-puente que transportaba el agua desde la central eléctrica de Torrelaguna hasta el depósito de Islas Filipinas y que con los años fue reemplazado por un sistema de tuberías subterráneas.
Atravesamos el Parque Santander, en donde actualmente se almacenan cerca de 500.000 metros cúbicos de agua en su subsuelo, y también los antiguos depósitos de aguas subterráneo y elevado en donde se encuentran las oficinas del Canal de Isabel II y la galería de arte Sala Canal que expone obras de artistas audiovisuales contemporáneos, utilizando como envolvente la hermosa estructura de ladrillo y hierro, construida en el año 1907, del antiguo depósito elevado de aguas.
Nos adentramos así en el área central de la ciudad, pasando por varias calles que en la antigüedad solían ser arroyos que discurrían superficialmente por Madrid, como el arroyo Bernardino –calle Bernardino-, arroyo Reyes –calle Reyes- y arroyo Arenal –calle Arenal-. Este último debía su nombre a la composición arenosa de su suelo e interceptaba con el viaje de agua de Amaniel justo en la que hoy conocemos como plaza de Ópera, pero debido a que se encontraban a distintos niveles se construyó en ese punto un sistema de arcadas que permitía mantener la correcta nivelación del viaje de agua, una bella estructura que se puede ver dentro del metro, en el Museo Caños del Peral, donde también se encuentra la monumental Fuente Caños del Peral, más conocida como Lavadero de los Caños del Peral. La tradición atribuye su nombre a la existencia de un legendario peral que sombreaba el manantial.
Llegamos así a la Plaza Mayor, en donde nos impresionamos al descubrir que ese lugar, en tiempos de la fundación de Madrid, era una laguna ubicada en los extramuros de la incipiente Villa de Madrid, y en su lugar había una pequeña laguna llamada Laguna de Luján, donde solían acudir los monarcas a practicar la caza de patos y que posteriormente, al ver el potencial que tenía como lugar de encuentro y comercio, se estableció como Plaza Mayor.
Cerca de la Plaza nos encontramos con el famoso escrito "Fui sobre agua construida, mis muros de fuego son, esta es mi alcurnia y blasón", que hace referencia a la gran disponibilidad de aguas subterráneas con que contaba Madrid cuando fue fundada y la relación con su toponimia. Desde allí tomamos la calle Segovia, por la antiguamente discurría uno de los arroyos más importantes: el arroyo San Pedro. Una de las teorías que explica el nombre de Madrid, se refiere a que este cauce de agua abastecía a una pequeña aldea visigoda, previa a los asentamientos árabes, denominada Matrice, en clara referencia a este arroyo madre. Atravesamos la Plaza de los Carros donde se encuentra otro viaje de agua y seguimos por la Calle de las Aguas para llegar a la calles Mira el Río Alta y Mira el Río Baja, nombres que fueron puestos en recuerdo a una de las lluvias más intensas y duraderas que tuvieron lugar en Madrid. La leyenda cuenta que el nivel del río Manzanares creció tanto que se podía observar desde ese punto y la gente gritaba ¡Mira el Río!.
Llegamos así al final de nuestro recorrido: el río Manzanares, cansados pero transformados, con una gran experiencia en nuestros cuerpos y mentes: entender cómo se originó Madrid desde su relación con el agua. Nuestra mirada frente a la ciudad ha cambiado, puesto que ésta también lo ha hecho para nosotros.
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